sábado, 22 de junio de 2013

Tras las trincheras

Teodoro Montes

Si la palabrita rojo fué palabrota. La pala-breta guerra ¿Sique-palabruta? ;¡Brutal¡
Mi padre contaba que habia dos bandos,
separados por un río. El soldado riojano apellidado Rojo, se fué a llenar la cantimplora. Un compañero lo llamó.
Los del otro lado lo acribillaron a balazos.
Solo palabratas para justificarlo pero faltó LA PALABRA.

evelio

Yo sabía que estuvo en la guerra, yo sabía que estuvo en los campos de concentración franceses, yo sabía que estuvo desterrado en Galicia antes de conocer a mi madre, yo sabía que tenia unos ideales y que luchó por ellos; pero sólo la noche que pasé en compañía de mi tío Pepe, velando a mi padre en el tanatorio, en esas pocas horas, supe quién había sido mi padre.

María Isabel Machín garcía

“Puede ser hermoso Teruel, pero ¿quién vio Teruel? Si, había un río que nos separaba de “los rojos,” yo no sabía nada de ríos ¿pero quien miro el río? Yo solo vi un puñado jóvenes que temblamos muertos de frío y miedo en ambos bandos. Ellos tenían a “la Pasionaria” su voz sonaba en la noches invitándonos a unirnos a ella. ¡Cuántas noches soné con cruzar el río y abrazarla! pero mis pies estaban entumecidos, hundidos hasta las rodillas en la nieve de las trincheras, con los dientes apretados para que su castañeo no me delatara. Cuando los pájaros dejaron de cantar, todo quedó en silencio, las balas silbaron himnos de muerte mientras los compañeros caían como muñecos rotos, solo quedamos ocho del batallón y supe que era el final. Me quité la medalla de la virgen y a bese poniéndola a salvo bajo una piedra; al levantar la vista los refuerzos estaban allí.

Lili Naveiras

Detesto esa parte de la historia española, época de la oigo horrores y miserias desde que nací hace más de cincuenta años. Mi padre, niño en la contienda, solo nos transmitió anécdotas divertidas, para desesperación de su madre, mi abuela, una mujer joven en aquellos años. Él nos contó cómo cambió un bocata por una pluma estilográfica. Pluma que no podía usar porque no tenía ni tinta, ni papel. Hasta que consiguió darle alguna utilidad al artilugio: la usaba para jugar al clavo. Mi abuela quería matarle cada vez que oía que el bocado que ella se había quitado de la boca, había sido sustituido por un juguete. La guerra civil terminó y mi padre tuvo que hacer los cursos del bachiller de dos en dos. Después se hizo médico, se casó y tuvo ocho hijos. Y un día, cuando yo tenía once años, la misma edad que él cuando cambió el bocata, me regaló una Parker, pidiéndome que la guardara como un tesoro, que con ella había hecho el bachiller y la carrera. Una vez la limpió y arregló para que pudiera utilizarse para escribir.

Carmen Díaz

Cuando había acabado la guerra, su madre (de mi abuela) se encontraba en la calle con dos niñas en brazos, y una tercera (mi abuela) de pie. En ese momento pasaban los camiones con militantes del bando franquista.
Le dijeron:
-Diga usted: ¡Viva Franco!
-Pero, ¿como lo voy a decir, si mire usted que estoy con tres criaturas? – les respondió-.
-¡Pues déjelas usted en el suelo! – le ordenó el soldado.

Luis Serrano

Madrid 20 de enero de 1942
Maria, cuidado con la leche, le decía a mi abuela su suegra, mi bisabuela.
Estaban em la cocina ilusionas preparando arroz con leche, el postre favorito de mi abuelo, era su cumpleaños
y lo estaban preparando para llevárselo a la cárcel, donde estaba desde el final de la guerra esperando un jucio que no llegaba nunca.
El postre ya estaba listo y se encaminaron a la cárcel donde llegaron al cabo de un rato.
-Buenos días, dijo el guardia de la puerta
-Buenos días, venimos a ver a Luis Serrano Escribano, es su cumpleaños y le traemos arroz con leche.
-Señora, ese ya no necesita nada, jajajaja!!!.
Desde el amanecer yacia en la tapia del cementerio del este

Rocío Rodríguez

Noche cerrada. Luna negra. Frío gélido de los inviernos castellanos. Caen los primeros copos. Esta noche le toca vigilar a él. A lo lejos se oyen los aullidos de los lobos. ¿Miedo? No. Aquí más cerca se escucha el golpeteo de las perolas que están lamiendo los perros. Él hace rudio para espantarlos y oye como salen corriendo. Oye, porque en esta noche oscura no ve nada. ¿Miedo? No. Él sigue a la intemperie, vigilando. Coge un poco de lumbre en una lata, se sienta y la rodea con el capote para mantenerse vivo – y despierto, porque está prohibido dormirse. Deja el fusil enratado entre los pies para que no se lo roben. El cansancio empieza a hacer mella. Se adormece. Alguien se acerca sigilosamente y le tira fuerte del fusil. Él se levanta rápido: “Alto, ¿quién vive?” Por fin el alférez habla y reconoce su voz. Segundos interminables. ¿Miedo? Quizá sí.

Alberto

Ella me muestra cómo es apaleada hasta la muerte. En el cuartel de Ciaño sus dos hermanos son torturados. Uno de ellos, aún vivo, ve sus intestinos en las manos del guardia; el otro prueba lentamente el fuego y súbitamente el palo que saca su cerebro a la superficie.
Las cosquillas de un masaje en los pies me despiertan de la siesta. Ni ella ni ellos son mi familia, pero se parecen tanto a mí que podrían ser yo mismo…
¡Qué miedo! Aunque la guerra ya terminó. ¿Ya terminó la guerra? ¡Qué miedo dan las siestas!

MIGUEL FLORES BOTE

COMULGAR CON RUEDAS DE MOLINO.
El abuelo falleció de una hemorragia inducida por el pelotón de fusilamiento.
Dicen que rechazó el ofrecimiento del sacerdote, tirando al suelo y pisando la hostia consagrada. Hizo bien el hijo del sacristán. La transustanciación solo hubiese disfrazado la muerte de un inocente por la indulgencia a un asesino.
Deja mujer, dos hijos y la memoria.
Toledo al alba del 3 de julio de 1943.

Joaquín Valls

PRISIONERO
A mi padrino, hermano mayor de mi padre, lo mandaron a la guerra sin haber cumplido los veinte años. Un día, relatando vicisitudes de aquella etapa, nos contó que durante todo un invierno estuvo preso en un penal, muy lejos de casa, soportando temperaturas de bastantes grados bajo cero que por poco le llevan a la muerte. Era un hombre de natural pacífico y bondadoso, por lo que mis hijos, que mientras hablaba le habían escuchado con los ojos muy abiertos, tras despedirnos de él me preguntaron qué mal podía haber hecho su tío para merecer que lo hubieran encerrado en un lugar como ése.

Juan Ramón Machín García

- Algunas noches hasta nos intercambiábamos cigarros, pero aquel día fue una batalla terrible, muy dura, -me decía – Estábamos en el alto de San Rafael y quedábamos muy pocos vivos en la trinchera, casi nadie. Había muertos por todas partes, casi los pisaba. Escapé de milagro.
Yo le escuchaba embebido, como si estuviera en el campo de batalla con él y, ¿como no? , con mi curiosidad infantil la pregunta era inevitable : -¿Y a cuantos mataste?
-No lo sé. Yo no hacía puntería como otros que había cerca de mi. Yo disparaba al frente y ya esta.
Mi padre fue reclutado en Arrecife de Lanzarote, recién alzados los rebeldes. O sea, que le tocó del lado de aquellos que (para nuestra desgracia) terminaron ganando en esa orgía de sangre. Yo creo que aquél jovencísimo mozo no tenía ni idea de porqué diablos se estaba matando la gente. Y menos que él lo hacía “por Dios, por la Patria y el Rey”; seguro que no. Le tocó ese lado y ya está.

A LA GUERRA CON CHUPETE-”El gudari más joven”
15 años tenía mi padre el 18 de julio del 36. Se fue voluntario cambiando los libros de literatura y geografía por el mosquete y la bayoneta.
Todo comenzó el primer día, cuando un grupo de civiles se organizaron y se unieron a tropas leales a la república acudiendo al cuartel de Garellano para impedir la sublevación de las tropas allí acuarteladas.
El 19 de julio montaron el primer hospital de campaña en el frente de Otxandiano. Más tarde vendrían las trincheras, los ametrallamientos de la Legión Condor, la cruel retirada, Gernika destruida, la derrota, la amargura ante la pasividad de los aliados, la sentencia de muerte no cumplida por no tener la edad legal y el batallón de trabajadores.
Se salvó y dió la vida a 11 hijos y un montón de nietos.
Decía de 1.000 veces, 1.000 lo repetiría. Su legado: lucha por lo que crees y asegúrate que lo que crees es justo.

edith johanna gomez lopez

El cristo que colgaba en la antigua iglesia del pueblo fue bajado a golpes por uno que se decía capitán de regimiento. En su esfuerzo, ayudado por picos y machetes, lo desprendió casi entero, salvo por el brazo derecho que, escuálido y solitario, se aferraba fuertemente a una viga de la iglesia, su hogar hacía siglos, atado a una cadena que otrora lo sostuviera imponente sobre el altar. No obstante, el capitán, testarudo e iracundo, con algunos disparos reventó la cadena de la que el brazo del cristo se sostenía y a rastras, con gritos irrepetibles y escupitajos, lo tiró por el barranco que el antiguo templo dominaba. Ahí ocurrió lo impredecible. El brazo del cristo, su cadena, como en venganza transmutó en látigo, golpeó al último hombre en tierra, el capitán, arrancándole de un sólo tajo el brazo derecho, llevándolo de la mano hasta el fondo del abismo.













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