Baños de mar

Hacia el año 1780 se inicia la moda de bañarse en el mar, siendo pioneros los aristócratas de Inglaterra del Sur.



Un poquito de historia de los baños de mar

Esta moda fue llevada a cabo gracias a la industrialización, es decir, a la aparición del ferrocarril, medio de transporte utilizado por las altas clases para desplazarse hasta las playas.

Los primeros trajes de baño siguieron el mismo diseño que los trajes de calle, es decir, unos trajes complicados y a los cuales les sobraba bastante tela, lo cual los hacía un poco incómodos a la hora de moverse entre arena y olas. Se tiene conocimiento de un traje de baño de color verde, con forma de vestido y con flotadores en los hombros, este traje, del año 1810, pertenecía a una dama de alta alcurnia.

La reina Hortensia, en el año 1812, lucía el primer traje moderno de baño en ese verano, anteriormente había llevado un traje de baño de tafetán. El nuevo traje estaba hecho con punto y era de color chocolate, bajo una túnica de manga larga que cubría una camisa bordada, llevaba un pantalón a la turca, ceñido a los tobillos, y en el pelo una carlota inspirada en el gorro de dormir.

Este modelo hizo época, constituyendo el arquetipo de trajes de baño hasta finales del mismo siglo. Inspirado en la lencería, pero sin confundirse con ella, el traje de baño femenino del siglo XIX estaba completamente exento de cualquier connotación erótica o sensual, aunque este intento resultase fallido cada vez que la bañista se metía en el agua, ya que al mojarse, el traje se le pegaba al cuerpo, revelando crudamente las formas corporales, lo cual resultaba un poco indecoroso. Para neutralizar este equívoco se utilizaron colores poco favorecedores y oscuros, tras el color chocolate del traje de baño de la reina Hortensia, vinieron trajes de baño de color marrón, trajes de color gris oscuro, trajes negros para las viudas...



También se trató de cambiar el material, ya que los trajes de baño de punto eran poco adecuados, pues colgaban al mojarse. Se buscaron, por lo tanto, materiales pesados como la franela o la sarga. Para incrementar la caída se añadieron plomos a las túnicas, y posteriormente para mantener el ensanchamiento de las prendas se usaron enaguas cortas llamadas “enaguas de lavandera”, las cuales eran fruncidos de tafetán fino. Aún así, estos trajes continuaban siendo bastante feos, y por lo tanto poco seductores a la vista de los caballeros.



En realidad, desde que se había tenido que proteger el pudor para bañarse en público, se había recurrido de forma natural al uso de prendas prácticamente iguales a las interiores habituales, según fuesen los criterios de cada época. (desde la camisa de antaño hasta el tanga actual, las prendas de baño siempre han sufrido la influencia de la lencería)

Otro de los motivos por los que los baños de mar se hicieron tan populares fueron las virtudes terapéuticas asociadas a estos desde la antigüedad. Las civilizaciones Griega, Romana o Egipcia las acreditaban constantemente. En el siglo XIX los médicos y doctores recuperaron esta sabiduría ancestral a favor de sus pacientes, recomendándoles tomar baños para prevenir y curar numerosas afecciones. Este hecho fue aprovechado por las damas de clase para mostrar su elegancia y buen gusto en la playa, luciendo modelitos que han persistido hasta hoy día en numerosos grabados de época.

Otra de las facultades otorgadas a los baños de mar era la cura de la rabia de cuerpo y espíritu, en una correspondencia privada de madame de Grignan fechada el trece de marzo de 1671, Madame de Sévigné alaba los méritos de los baños de mar y proclama las virtudes de estos con las siguientes palabras; “hace ocho días que Madame de Ludres, Coétlogon y la pequeña de Romiroi fueron mordidos por una perrita que más tarde ha muerto de rabia. Suerte que Ludres Cóetlogon y Romiroi han partido esta mañana para Dieppe para darse tres baños de mar” una edición de principios del siglo XVIII del diccionario de Academia da la siguiente definición de la palabra “bañar”: “Los que son mordidos por los perros rabiosos se van a bañar al mar”. Es más, desde finales de ese mismo siglo, el cuerpo médico empezó a considerar que una breve inmersión en el agua de mar podía ser beneficiosa para un cierto número de afecciones.

Eminentes especialistas crearon listas exhaustivas enumerando las diferentes enfermedades sobre las que las virtudes curativas, nuevamente redescubiertas, podían ejercer algún tipo de mejora. Se recomendaron baños de mar para enfermedades de anemia, casos de afección del sistema nervioso, de dolor y debilidad, resultado de fracturas, esguinces o luxaciones, también para el asma crónico y todas las enfermedades de la piel.