Stop Desahucios ha disparado al corazón del Capital
Decía Sieyès en sus escritos políticos sobre la Revolución, que los no propietarios no son más que una muchedumbre sin libertad ni moralidad.
Con la única excepción de la Revolución haitiana, todas las tradiciones
revolucionarias ilustradas sobre las que se construyeron los edificios
constitucionales liberales y social-liberales, se asentaron sobre la
propiedad privada como eje jurídico vertebrador de las relaciones entre
economía y política. La democracia estadounidense de los padres
fundadores se basaba, de hecho, en la protección de los intereses de los
propietarios de tierras y de esclavos y es que, como escribió John
Adams, desde el momento en el que se instala la idea de que la
propiedad no es tan sagrada como las leyes de Dios, comienzan la
anarquía y la tiranía. La Revolución francesa que en su digna etapa
jacobina, proclamó la igualdad como principio unido a la libertad y la
fraternidad, vio como el desarrollo de los acontecimientos terminó
convirtiendo la igualdad en un derecho puramente formal, al tiempo que
constitucionalizaba las relaciones materiales derivadas de la propiedad
privada. Nuestros queridos ilustrados identificaron al hombre político
con el hombre propietario y sólo así se explica la criminal exclusión de
los revolucionarios haitianos, esos jacobinos negros que pusieron de
rodillas a las potencias coloniales de la época, de la tradición
“democrática” del pensamiento occidental.
En estos tiempos en los que los jóvenes
de la izquierda española tratan de enfrentarse a la decrepitud política
de sus jefes, hablando de proceso constituyente, pocos se han percatado
de que el primer paso en esa dirección lo ha dado el movimiento contra
los desahucios. Quienes critican la reivindicación de la dación en pago
por “reformista”, quienes añoran un tiempo pasado que jamás conocieron
de fuego, barricadas y banderas rojas, quienes en su arrogante miopía
senil piensan que la correlación de fuerzas se mide por los resultados
electorales, parecen no percatarse de que la PAH ha disparado con éxito
al corazón del Capital, al hacer incuestionable entre los ciudadanos la
idea de que el derecho a la vivienda debe estar por encima del derecho a
la propiedad y la de que el crimen no deriva sólo de comportamientos
individuales, sino también de las leyes que permiten la existencia de
entidades financieras que se lucran a costa de la vida de la mayoría. Si
a ello añadimos el hecho de que han incorporado a la lucha política a
los sectores subalternos de la fuerza de trabajo colectiva más afectados
por la crisis (trabajadores migrantes, parados y precarios) frente a
los sindicatos tradicionales que siguen representando fundamentalmente a
los sectores de la clase trabajadora en retirada (trabajadores
industriales con convenios colectivos decentes, trabajadores públicos y
clerks) podríamos afirmar que el partido de los comunistas del siglo XXI
en España es sin duda la Plataforma de Afectados por la Hipoteca.
Ahí está una de las claves de la
posibilidad de apertura de un proceso constituyente; en el simple hecho
de que el proyecto histórico de reforma social de la socialdemocracia
que jamás puso en cuestión la propiedad privada como base constitucional
de nuestros sistemas políticos, sencillamente se ha agotado. No tiene
que ver sólo con el peso electoral que se tenga, sino con las
transformaciones en las condiciones materiales de la estructura social
que es lo que ha permitido que, en este país, los bancos, el máximo
símbolo de la propiedad, puedan ser vistos como criminales. Así es como
el miedo cambia de bando.
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