domingo, 24 de febrero de 2013

La magia de los libros.

La magia de los libros.


Esta mañana me acerqué al rastro de los domingos de la Ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. Una cosa que me encanta es ver los libros que se ofrecen a precios impensables, pudiendo comprar por un euro títulos agotados y auténticas rarezas. Efectivamente, siempre aparece alguno y es raro el día que no te encuentres alguna pequeña joya y hoy, día 24 de febrero de 2013, no fue una excepción. Ahora, en casa, me vino a la mente el tema de los libros y debido a ello surgió el presente artículo. Creo que desde que tengo uso de razón me llamaba la atención la lectura de aquellos viejos cómics o cuentos, como solía llamarlos, y no sé cómo fui capaz de engancharme a leer todo lo que caía en mis manos. Desgraciadamente mi padre, cuando me tocó, de forma obligada, servir a la patria, aprovechó la tesitura para hacer limpieza y perdí aquellos cuentos que tanto significaron para mí. De manera especial recuerdo uno, que jamás he vuelto a ver, de formato apaisado y de tan sólo un pequeño número de páginas con magnífica ilustraciones, que me impactó. Visualizo, como si de ayer se tratara, a dos personajes jóvenes que iban caminando y de repente el suelo se hundió y cayeron a una especie de caverna en la que encontraron una especie de tesoro. Era una obra de arte, que llegó a mí, en humilde papel y que, de vez en cuando, vuelve a mi memoria porque se resiste a olvidarlo. Miles de cómics han pasado por mis manos, que inconscientemente ansían encontrarlo de nuevo, pero la búsqueda no ha sido, hasta ahora, fructífera.
Posiblemente fueran aquellos héroes de papel, que yo transformaba en mis amigos y que invitaba a participar de mis juegos y sueños, los que hicieran al lector y al escribiente. Vienen a mi mente personajes como Tamar, Roberto Alcázar y Pedrín, El Guerrero del Antifaz, El Llanero Solitario, Capitán Trueno, Jabato, o los que llegaron poco después como Los Cuatro Fantásticos o Spiderman, por citar sólo algunos. Algunos profesores llevaban a cabo su inquisidor papel, el de villano de mi historia, porque practicaban una labor de expolio y de secuestro de obras que jamás recuperábamos, después de aquel capón, y algo más, que nos indicaba que sólo había que leer el libro de texto. Se empeñaban en castrar nuestra imaginación y no les gustaba que voláramos y voláramos. Posiblemente mi actitud de rebeldía ante tamaño abuso de poder me llevó a seguir leyendo y amando a aquellos personajes que me daban tantas y tantas satisfacciones y me incitaban a participar en el mundo de las fantasías y de las historias en las que se me apetecía jugar un papel protagonista.
Aquella experiencia de la niñez hizo que, sin darme cuenta, creciera en mí esa faceta, que tanto me aporta, de coleccionar determinados libros, revistas, documentos, postales, sellos, fotografías de épocas pasadas y debido a ello he de decirles que hoy en día, y desde hace muchos años, soy bibliófilo y coleccionista y gozo no sólo con leer algunos títulos sino con el placer de tenerlos en mis manos, de cuidarlos, de ojearlos y, en cierto modo, acariciarlos y mimarlos, además de disponer de materiales que por sí solos pudieran ser la razón de un escrito, de un comentario, de una particular historia. Me apetece, en ocasiones, perderme entre las ediciones agotadas o libros que no son habituales en bibliotecas ni en colecciones particulares porque simplemente son ejemplares de mi colección, que con tanto cuidado he ido colocando en su lugar, porque cada colección es única. Al acudir a anticuarios o rastros y ver ejemplares firmados por sus autores, ediciones agotadas, libros rarísimos, evidentemente, entre muchos otros que no lo son, me vienen a la mente sus pasados lectores, sus antiguos propietarios, el orden que dieron a su biblioteca, el espacio que ocuparon en otros momentos y de repente, cuando su poseedor parte, la colección es regalada, vendida o tirada a un contenedor de basura y, sin más, se convierte en otra cosa porque ya no forma parte de una colección y pasa a formar parte, injustamente, de un basurero. Hace dos semanas no pude evitar un crimen y es que en el momento de pasar ante unos contenedores de basura, los empleados municipales de limpieza estaban lanzando dos cajas repletas de libros, se podía apreciar que eran muy antiguos, al camión de la basura. Me entró una congoja mayúscula al presenciar aquel atentado a la memoria de un ser humano que los tuvo consigo, posiblemente durante mucho tiempo, y ahora, posiblemente sus herederos, creyeron, en su mayúscula ignorancia, que no eran útiles ni interesantes.
En ocasiones, y con más suerte, en esas librerías de segunda mano, en anticuarios o rastros algunos ejemplares caen en manos deseosas de protegerlos y de gozarlos pero otros, por diferentes circunstancias, desaparecen por estar algo estropeados o por el inevitable paso del tiempo. Puede suceder que otros libros no tengan significado para los que han decidido buscar entre tantos y tantos volúmenes. Se trata de que su pasado significado ya no lo tiene o porque, simplemente, nadie lo recupera de entre el caos al que ha sido condenado. Vale la pena indagar entre viejos libros porque, en ocasiones, surge ante ti una pieza única, inusual que puede reportar una gran satisfacción. Como ejemplo una señora que hereda una serie de objetos y entre ellos unos hermosos muebles, de pequeño tamaño, que contenían una serie de libros antiquísimos. Fue a un anticuario y le dijo que si le interesaban aquellos muebles, el anticuario le dijo que cuánto pedía por ellos, sin saber nada del contenido, es decir, de los libros. Se habló de unas cifras, en las que se pusieron de acuerdo. Ambas partes quedaron satisfechas. Lo que consiguió por aquellas dos pequeñas estanterías de época dejaron a la heredera muy contenta pero la historia no termina ahí y la sorpresa estaba por llegar. Un nuevo cliente entra, años después, y manifiesta que le gustan aquellos libros, bastante cargados de polvo y escritos en inglés, y el anticuario le dice que valen a diez euros cada uno, por decir un precio. El nuevo cliente ve que pueden ser libros raros pero no es consciente que está ante una compra magnífica. Se los lleva a casa y comprueba que se trata de unos libros muy raros que, en su conjunto, pueden llegar a valer miles de euros. ¿Cuántas joyas como las citadas se encontrarán esperando al coleccionista de turno? No se trata del valor material, que lo tiene, sino de que has logrado salvar de tener arrimados, y sin ser valorados, y expuestos al deterioro a unas auténticas reliquias que pasaron desapercibidas por un largo período de tiempo. En otra ocasión fui testigo de otra operación en que la propietaria le dijo a un cliente que se llevara, junto a otros que había comprado, una serie de libros deshojados, deteriorados e incompletos porque los iba a tirar a la basura. La respuesta fue que no le interesaban y allí los dejó. Esperé, pacientemente, y le dije a aquella señora que no los tirara porque a mí me interesaban, cuestión de sensibilidad o sexto sentido. Los colocó en una bolsa y me dijo que me los llevara y así lo hice. Al llegar a casa me dediqué, con mucha tranquilidad, tiempo y un pegamento, a ordenar aquellas desordenadas hojas y, de repente, la luz. Unos estaban incompletos pero tenían bellos grabados pero otros, en cambio, estaban sólo deseosos que se les ordenara y, pese a los defectos lógicos del maltrato y del paso del tiempo, surgieron de las cenizas y me encontré ante ejemplares rarísimos, ediciones apenas conocidas y de un valor incalculable para un bibliófilo como el que les hace llegar estas anécdotas. Así de extraño y de apasionante es este mundo del coleccionismo de libros y de otros objetos de colección.

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